Resumen generado por IA
El ser humano llegó a la Luna durante la Guerra Fría, impulsado más por motivos geoestratégicos que por su espíritu explorador. Estados Unidos buscaba superar a la Unión Soviética, que había logrado hitos como el lanzamiento del primer satélite, el primer mamífero y el primer cosmonauta en órbita. Esta competencia costó enormes sumas de dinero a ambas superpotencias, motivadas por la ventaja militar que implicaba dominar el espacio, como la capacidad para interceptar misiles nucleares. Tras el fin de la Guerra Fría y un periodo de desinterés, la exploración espacial ha vuelto a cobrar impulso, ahora liderada principalmente por la iniciativa privada, con empresas como SpaceX, Blue Origin y Virgin, que están transformando la industria espacial, valorada en cientos de miles de millones de dólares y con un potencial de crecimiento enorme.
Un aspecto clave para esta nueva etapa es la definición de la frontera entre el cielo y el espacio, que carece de consenso internacional. Mientras Estados Unidos sitúa el límite a unos 80,5 km de altitud, Rusia y otros países proponen los 100 km, y otras definiciones varían entre 118 y 122 km. Esta indefinición es relevante tanto por razones físicas como legales, dado que la soberanía se ejerce en el espacio aéreo pero no en el espacio exterior, considerado un territorio libre. Se espera que, con el aumento de vuelos espaciales, crezca la necesidad de establecer una frontera clara, aunque la regulación del espacio seguirá siendo un desafío complejo.
¿Dónde está el límite entre la Tierra y el espacio? Sorprendentemente, no existe un consenso universal sobre ello.
No es lo mismo cielo y espacio. El ser humano llegó a la Luna no tanto por su espíritu explorador -que también- como por motivos geoestratégicos. En plena Guerra Fría, Estados Unidos decidió que necesitaba dar un golpe de efecto para atrapar a la URSS en la carrera espacial: fue Moscú quien lanzó el primer satélite artificial (Sputnik), quien puso en órbita al primer mamífero (la perra Laika) y al primer cosmonauta (Yuri Gagarin). Llegar al satélite -y que lo viera toda la humanidad en directo- podría darles la victoria en un partido que llevaban tiempo perdiendo. Y de hecho así fue.
La conquista del espacio costó decenas de miles de millones de dólares y rublos al erario público de sendas superpotencias. Si la humanidad logró salir de la Tierra fue porque los Gobiernos se empeñaron en ello. Y si se empeñaron en ello fue porque dominar el espacio supondría una ventaja militar determinante. Permitiría, por ejemplo, interceptar los misiles nucleares intercontinentales (la famosa Guerra de las Galaxias de Ronald Reagan).
Los tiempos han cambiado. La Guerra Fría acabó hace tres décadas y, tras varios años de un desinterés generalizado en el espacio, el motor que impulsa su reconquista es la iniciativa privada. [La NASA y otras agencias espaciales han decidido resucitar sus programas, con la idea de volver a la Luna la década que viene y llegar a Marte en la siguiente, pero esta vez los cohetes los pondrán compañías.]
Las iniciativas empresariales de magnates como Elon Musk (SpaceX), Jeff Bezos (Blue Origin) o Richard Branson (Virgin) son solo la punta de lanza de una industria que mueve unos 260.000 millones de dólares anuales y que, según estimaciones de Bank of America Merrill Lynch, alcanzará los 2,7 billones de dólares para 2045. Desde el punto de vista comercial, el futuro inmediato de la carrera espacial pasa por explotar las órbitas bajas.
Una frontera difusa
La primera pregunta que deben hacerse los emprendedores que quieran apostar por esta industria es: ¿cuánto tienen que subir mis cohetes? ¿Dónde acaba el cielo y empieza el espacio? No es lo mismo una cosa que otra, no solo por las leyes físicas que imperan a cada lado de la frontera sino, sobre todo, por cuestiones legales. Así, los países reclaman la soberanía de su espacio aéreo (pilotar un aparato por encima de este se considera un acto de agresión), pero en cambio no sucede nada si un satélite chino o ruso sobrevuela territorio estadounidense: el espacio es aceptado como territorio libre, a la disposición de todos.
¿Dónde está, pues, el límite entre la Tierra y el espacio? Sorprendentemente, no existe un consenso universal sobre ello. Estados Unidos considera que para saltar al espacio hay que superar las 50 millas de altitud (unos 80,5 km). Rusia y otros países han pedido a la ONU que la frontera se fije en los 100 km, aunque EE UU ha bloqueado esos esfuerzos al considerar que la indefinición conviene a sus intereses (para realizar vuelos de vigilancia a gran altitud o lanzar misiles balísticos sin provocar crisis internacionales).
Más recientemente, un instrumento desarrollado por la Universidad de Calgary estableció el fin de la atmósfera a unos 118 km de la superficie terrestre. Los controles de misión de la NASA, por su parte, trazan la línea a 122 kilómetros porque ese es «el punto al que empieza a percibirse la resistencia atmosférica».
¿Saldremos algún día de la duda? Los expertos creen que, en tanto que sigan creciendo los vuelos espaciales, crecerá la necesidad de establecer una frontera más nítida entre el cielo y el espacio. La regulación que impere en este último, en cambio, es harina de otro costal.
Si quieres saber más sobre el espacio, consulta la tendencia analizada por el Future Trends Forum «La comercialización del espacio».