Resumen generado por IA
La energía de fusión está dejando de ser una promesa científica para convertirse en un desafío industrial y global. Proyectos como ITER, el mayor experimento de fusión mundial, buscan demostrar la viabilidad técnica de esta fuente energética mediante un reactor tokamak capaz de generar 500 MW de potencia a partir de 50 MW de energía, con un plasma estable durante largos períodos. ITER es un esfuerzo multinacional que involucra a siete miembros, quienes suministran el 90% de los componentes desde sus propias cadenas industriales, creando una compleja cadena de suministro global distribuida. Este modelo ha requerido una coordinación sin precedentes, integrando aspectos técnicos, regulatorios y culturales para ensamblar equipos de alta complejidad, como las bobinas superconductoras y sistemas de refrigeración, en la sede francesa de Cadarache.
Desde Japón, el Naka Institute for Fusion juega un papel crucial en ITER y en el acuerdo Broader Approach con Europa, que impulsa el desarrollo hacia reactores comerciales como DEMO. Japón ha aportado componentes únicos y avanzado en el proyecto JT-60SA, el tokamak más grande en operación, que sirve como plataforma para pruebas tecnológicas y formación de nuevos expertos. Tanto en ITER como en JT-60SA, los mayores desafíos han sido la gobernanza y la gestión intercultural, logrando construir una colaboración basada en confianza y objetivos compartidos.
Mirando al futuro, la industrialización de la fusión implica superar retos tecnológicos, económicos y regulatorios, escalando procesos de fabricación y estableciendo cadenas de suministro autónomas y fiables. La cooperación entre startups, agencias, universidades, inversores y reguladores será clave para avanzar hacia DEMO, el primer reactor de demostración comercial. La energía de fusión tiene un enorme potencial transformador, pero su desarrollo requiere visión a largo plazo, políticas coordinadas y ejecución eficaz para redefinir el modelo energético global.
En el Future Trends Forum sobre energía de fusión, la Fundación Innovación Bankinter reunió a startups, reguladores, inversores y científicos de primer nivel para analizar cómo transformar la fusión nuclear en una realidad industrial. Shunsuke Ide (QST, Japón) y Alberto Loarte (ITER, Francia) compartieron aprendizajes clave desde los mayores proyectos del mundo
La energía de fusión está dejando de ser una promesa científica para convertirse en un reto industrial, estratégico y global. Ya no basta con alcanzar el primer plasma o mantener el confinamiento: el verdadero desafío es escalar una infraestructura viable, eficiente y sostenible. Y para lograrlo, no solo hacen falta avances tecnológicos, sino también una colaboración efectiva entre ciencia, industria, regulación y financiación.
En el Future Trends Forum «Energía de Fusión: una revolución energética en marcha«, la Fundación Innovación Bankinter reunió a representantes de startups, agencias públicas, grandes proyectos científicos, inversores y responsables regulatorios para abordar esta transformación desde múltiples ángulos. Entre las intervenciones más esperadas estuvieron las de Shunsuke Ide, director general adjunto del Naka Institute for Fusion (QST, Japón), y Alberto Loarte, Director de la División Científica de ITER (Francia). Ambos aportaron una visión basada en la experiencia directa de quienes están construyendo, día a día, el futuro de la fusión desde dentro de los grandes proyectos públicos internacionales que forman parte de este esfuerzo colectivo.
Si quieres ver la ponencia de Alberto Loarte, puedes hacerlo en este vídeo:
Alberto Loarte: «Lessons from Major Projects: ITER»#FusionForward
Si quieres ver la ponencia de Shunsuke Ide, puedes hacerlo en este vídeo:
Shunsuke Ide: «Lessons from Major Projects: ITER from Japan» #FusionForward
ITER: una cadena de suministro global para un reto sin precedentes
ITER es el mayor experimento de fusión en marcha a nivel mundial. Su objetivo: demostrar la viabilidad científica y técnica de la fusión como fuente de energía para la humanidad. En concreto, se busca operar un reactor tipo tokamak que alcance 500 MW de potencia de fusión a partir de 50 MW de energía de calentamiento, manteniendo el plasma en estado estable durante al menos 5 a 10 minutos, e incluso más de una hora a menor potencia.
Pero este proyecto no solo pone a prueba los límites de la física del plasma: plantea un desafío sin precedentes en coordinación industrial y logística internacional. Como explica Alberto Loarte, ITER está impulsado por una organización internacional integrada por siete miembros: Unión Europea, Japón, China, India, Corea del Sur, Rusia y Estados Unidos. Esta peculiar estructura organizativa conlleva una característica clave: el 90% de los componentes no se compran ni se fabrican centralmente, sino que se suministran “en especie” por los miembros a través de sus agencias domésticas. Es decir, cada país entrega los sistemas o partes que se le han asignado, desde sus propias cadenas industriales.
Esta estructura implica la existencia de una cadena de suministro multinacional completamente distribuida, con fabricantes en todo el mundo produciendo componentes de altísima complejidad que deben ensamblarse como un puzle perfecto en la sede de Cadarache, en el sur de Francia. Como señala Loarte, esto ha exigido por primera vez una coordinación global en la producción de componentes críticos para un reactor de fusión, lo que convierte a ITER en un caso único: “Establecimos la primera cadena de suministro global para energía de fusión”, subraya.
El ejemplo más ilustrativo son las bobinas de campo toroidal (Toroidal Field Coils), uno de los elementos más grandes y complejos del reactor. Solo para estas piezas estuvieron implicados seis miembros de ITER, trabajando de forma coordinada para que las distintas secciones pudieran ensamblarse sin errores. Además de estos imanes superconductores, los países miembros también han aportado plataformas de potencia, crioplantas, rectificadores, transformadores, sistemas de refrigeración o incluso edificios enteros, como el tritium plant building, esencial para procesar el combustible del reactor.
Algunos componentes eran tan voluminosos que no podían transportarse por carretera ni mar. Por eso, se construyeron fábricas específicas dentro del propio sitio de ITER. Una de ellas es el taller de soldadura de bobinas poloidales, un edificio de precisión industrial equivalente a tres campos de fútbol. Allí se ensamblaron las piezas más grandes del reactor con técnicas de soldadura de alta precisión para garantizar el confinamiento del plasma.
Este modelo ha obligado a repensar cómo se diseñan y ejecutan proyectos científicos de gran escala. Como advierte Loarte, una de las lecciones más importantes es que el diseño debe estar suficientemente maduro antes de iniciar la construcción. ITER se planteó inicialmente con una filosofía build to print -diseño cerrado antes de fabricar- pero pronto se hizo evidente que eso no era suficiente. La clave, explica, está en trabajar desde el principio con especificaciones funcionales, integrando los aspectos regulatorios nucleares y asegurando la compatibilidad entre los sistemas que llegan desde distintas partes del mundo.
En definitiva, ITER no es solo una proeza tecnológica, sino también un caso de estudio en gestión de la complejidad internacional. Ha obligado a alinear estándares técnicos, marcos regulatorios y culturas industriales muy diversas. Una experiencia que marcará el camino de futuros proyectos de fusión, como DEMO, el siguiente paso hacia un reactor comercial operativo.
Japón y Europa: cooperación técnica e intercultural a largo plazo
Complementando esta visión, Shunsuke Ide ofrece una mirada desde Japón, donde el Naka Institute for Fusion -dependiente del QST (National Institutes for Quantum Science and Technology)– desempeña un rol clave como agencia nacional en el proyecto ITER y en el acuerdo Broader Approach con Europa. Ide ofrece una mirada profundamente técnica y estratégica desde el papel que desempeña Japón en la arquitectura global de la energía de fusión.
Japón es uno de los siete miembros de ITER y, como tal, actúa a través de su agencia doméstica, JADA (Japan Domestic Agency). Desde allí, participa activamente en dos grandes iniciativas internacionales: por un lado, la entrega de componentes clave para el reactor ITER, y por otro, la implementación del acuerdo bilateral con la Unión Europea conocido como Broader Approach, que complementa y acelera el desarrollo hacia los futuros reactores comerciales como DEMO.
En el marco de ITER, el equipo de QST ha fabricado y entregado ya nueve bobinas de campo toroidal (Toroidal Field Coils), componentes esenciales para el confinamiento magnético del plasma. También han desarrollado y suministrado los girotrones, generadores de microondas utilizados para calentar el plasma hasta alcanzar temperaturas de fusión. “No se trata de componentes que puedas comprar en Amazon -dice con humor Ide-. Son piezas únicas, first-of-a-kind, que hemos diseñado y construido junto a nuestros proveedores industriales”.
Estos componentes no solo son complejos, sino que requieren años de trabajo conjunto entre científicos, ingenieros y fabricantes. Su desarrollo implica niveles extremos de precisión y cumplimiento de requisitos técnicos que, en muchos casos, están más allá de los estándares industriales convencionales. Japón, destaca Ide, ha asumido esa responsabilidad como parte de su compromiso con la comunidad internacional de fusión.
Más allá de ITER, Ide pone el foco en otra pieza estratégica del ecosistema japonés: JT-60SA, el mayor tokamak del mundo actualmente en operación. Este proyecto se desarrolla en el propio Naka Institute, y forma parte del Broader Approach, el acuerdo firmado entre Japón y la UE para avanzar en tecnologías que complementen y preparen el camino hacia DEMO.
JT-60SA ya ha logrado su primer plasma y ostenta actualmente el récord Guinness como el mayor reactor de su clase. Esta instalación servirá como plataforma de pruebas para tecnologías avanzadas de control, calentamiento y diseño de plasma, y también como entorno formativo de referencia para ingenieros y científicos jóvenes que se incorporan al campo. “Es una de nuestras prioridades —enfatiza Ide—. No basta con tener la tecnología: necesitamos formar a la próxima generación de profesionales que lideren los siguientes pasos hacia la fusión comercial”.
En su intervención, Ide explica también la estructura del Broader Approach, que incluye tres proyectos clave:
- JT-60SA, desarrollado en colaboración con Fusion for Energy.
- Actividades de diseño y I+D en torno a DEMO.
- El proyecto relacionado con IFMIF-DONES, un prototipo de acelerador para investigar materiales expuestos a flujos de neutrones, esencial para futuros reactores.
Además de la dimensión técnica, Ide destaca los retos culturales y de gestión que implica trabajar en proyectos multilaterales. Al principio -cuenta-, las conversaciones entre equipos japoneses y europeos se parecían más a negociaciones tensas que a una colaboración fluida. “Durante los primeros seis meses, la palabra más repetida era ‘deal’. Pero la fusión no puede construirse en base a tratos: necesitamos comprensión mutua”.
Esa comprensión, explica, no se limita a las diferencias técnicas. Abarca también aspectos como los marcos legales, las prácticas comerciales, las estructuras de toma de decisiones y las expectativas culturales de cada parte. “Cada país entra en estos proyectos con sus propios objetivos, pero para que funcionen, hay que construir una visión común”, afirma.
En resumen, la experiencia japonesa demuestra que la cooperación técnica a largo plazo solo es posible si va acompañada de una gestión intercultural consciente, transparente y flexible. Y que, más allá de la tecnología, la clave del éxito está en combinar conocimiento, talento joven y alianzas sólidas con visión de futuro.
Gestión, cultura y entendimiento mutuo: claves invisibles del éxito
Aunque la fusión nuclear plantea enormes desafíos tecnológicos, los mayores obstáculos no siempre son de ingeniería, sino de gobernanza, coordinación y cultura organizativa. Así lo señalan tanto Alberto Loarte como Shunsuke Ide, al reflexionar sobre las lecciones aprendidas en ITER y JT-60SA.
En el caso de ITER, Loarte explica que el tiempo no solo ha servido para ensamblar piezas, sino para ensamblar una organización internacional funcional. Fundada en 2006 y con la obra civil iniciada en 2007, la estructura de ITER ha requerido casi dos décadas para consolidar un modelo de trabajo operativo entre sus siete miembros. “Al principio había muchos malentendidos, muchas reuniones donde se hablaban idiomas técnicos distintos —relata—. Ahora, después de años de interacción continua, hemos logrado una dinámica mucho más coherente”.
Uno de los principales retos fue que, al tratarse de un proyecto en el que los componentes se entregan en especie, cada país gestionaba sus partes como proyectos nacionales, lo que dificultaba la integración. Esta situación forzó a la organización ITER a establecer protocolos rigurosos de interfaces técnicas y logísticas, pero también espacios de coordinación para alinear expectativas y generar una cultura compartida. Loarte subraya la importancia de haber evolucionado desde un enfoque basado en la fragmentación hacia uno más colaborativo y con visión común.
Para Ide, esta experiencia reveló una verdad incómoda: la colaboración técnica entre países no se sostiene solo con contratos. Requiere una comprensión real de los contextos culturales, los estilos de comunicación y los intereses estratégicos que cada parte trae consigo. “Lo que puede parecer lógico en Europa puede no serlo en Japón, y viceversa”, explica. Y aunque esto pueda parecer obvio, en la práctica fue una fuente constante de fricción en las etapas iniciales.
Ambos coinciden en que uno de los mayores logros no ha sido técnico, sino organizativo: haber creado una infraestructura de entendimiento mutuo, donde las diferencias no se eliminan, pero sí se gestionan con madurez. Esto ha permitido trabajar con eficiencia sin sacrificar la diversidad de enfoques que aporta cada país.
Hoy, tanto ITER como JT-60SA cuentan con equipos técnicos multinacionales que operan con procesos definidos, sistemas de información compartidos y objetivos alineados. Pero llegar hasta ahí ha sido un proceso largo, de aprendizaje continuo, donde los errores iniciales sirvieron para construir una gobernanza más resiliente.
En palabras de Loarte, “compartir planos no basta. Hay que compartir propósito, y para eso hay que construir confianza, incluso cuando no se está de acuerdo en todo”. Una lección que no solo vale para la energía de fusión, sino para cualquier proyecto tecnológico internacional de gran escala.
Mirando al futuro: cómo industrializar la fusión
Tras décadas de investigación científica y desarrollo experimental, la energía de fusión se aproxima a una fase decisiva: su industrialización. El objetivo ya no es demostrar que la fusión funciona en condiciones de laboratorio, sino convertirla en una fuente de energía viable, segura y económicamente sostenible en entornos reales.
Este proceso implica múltiples retos, y todos ellos interconectados. Como dejó claro este Future Trends Forum, el desafío no es solo tecnológico, sino también económico, organizativo y político. Se necesita escalar procesos de fabricación, estandarizar componentes que hasta ahora han sido prototipos únicos (first-of-a-kind), establecer cadenas de suministro fiables y garantizar un marco regulatorio coherente para operar reactores en condiciones comerciales.
Tanto ITER como JT-60SA han sido, en ese sentido, bancos de pruebas a gran escala, donde se han puesto en práctica los sistemas y dinámicas que deberán sostener los futuros desarrollos industriales. De estas experiencias han surgido aprendizajes clave: la necesidad de contar con diseños maduros antes de construir, la importancia de compartir datos entre organizaciones, la dificultad de fabricar componentes complejos con múltiples actores implicados y la urgencia de formar talento cualificado en todas las capas del sistema.
Uno de los grandes objetivos a corto plazo es estructurar una cadena de suministro europea autónoma y escalable, capaz de alimentar el desarrollo del siguiente gran hito: DEMO, el primer reactor de demostración con capacidad para producir electricidad de manera sostenida y estable. Este paso marcará el tránsito de la investigación a la aplicación industrial, y exigirá una colaboración estrecha entre todos los actores del ecosistema.
En este escenario, la cooperación no puede limitarse a los grandes proyectos públicos. Como se evidenció en el foro, es imprescindible construir puentes sólidos entre startups, agencias nacionales, universidades, inversores, centros de investigación, proveedores industriales y autoridades reguladoras. La innovación en materiales, los avances en sistemas de control, los nuevos modelos de financiación y los marcos normativos deberán desarrollarse de forma integrada si se quiere escalar la fusión a nivel global.
Tanto Alberto Loarte como Shunsuke Ide demuestran que esta colaboración ya no es solo una aspiración: es una realidad operativa. A través de ITER, JT-60SA y el Broader Approach, Europa y Japón han construido infraestructuras, procesos y relaciones que están sentando las bases de una industria futura. Una industria que aún no existe, pero que empieza a tener forma gracias a decisiones estratégicas tomadas hoy.
La energía de fusión representa una oportunidad única para redefinir nuestro modelo energético, pero su desarrollo no será automático. Requiere visión a largo plazo, políticas coordinadas y una gran capacidad de ejecución. El reto es inmenso. Pero también lo es el potencial transformador de esta tecnología.
Este artículo es parte del análisis que hemos realizado desde la Fundación Innovación Bankinter. El informe completo, Energía de Fusión: una revolución energética en marcha, recoge las aportaciones de más de veinte expertos internacionales y define los cinco ejes críticos para escalar la energía de fusión como motor climático, económico y tecnológico.
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Y si te interesa seguir explorando esta transformación, no te pierdas las próximas entregas de la serie Fusion Forward, donde seguimos acercando a la sociedad -con rigor y visión- las claves del futuro energético que ya se está diseñando.
Subdirector General del Instituto Naka de Ciencia y Tecnología de Fusión de QST