Ciudades

Infraestructuras inteligentes para smart cities  

Infraestructuras inteligentes para smart cities  

La conectividad y la sensorización van a ser los pilares para “leer” los comportamientos de las ciudades del futuro en el desafío de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos

Las ciudades del siglo XXI necesitan infraestructuras inteligentes que ayuden a mejorar la calidad de vida, esquiven los retos de la crisis climática y permitan automatizar los municipios de forma que gobernantes y personal del ayuntamiento tengan más tiempo para la ciudadanía. ¿Qué es una infraestructura inteligente y cómo puede mejorar la calidad de las personas? ¿Cuál es su relación con la tecnología? ¿Va a tomar la ciudad las decisiones por la ciudadanía?

¿Qué son las infraestructuras inteligentes?  

Las infraestructuras inteligentes no son más que un tipo de infraestructura que, apoyándose en integraciones tecnológicas basadas en sensores (IoT), datos (Big Data) o análisis avanzados (Inteligencia Artificial y machine learning), tienen el superpoder de gestionar de manera integral los elementos que componen el sistema. Y cuando se habla de ciudades, con la complejidad que ello conlleva, las infraestructuras inteligentes son sistemas altamente versátiles y completos.

Algunos ejemplos de infraestructuras urbanas inteligentes  

Las smart cities ya usan sistemas inteligentes conectados a su infraestructuras, aunque en los próximos años se verá una integración completa.

Sistemas de tráfico, carreteras y vehículos inteligentes 

Una mañana, en plena hora punta, se produce un siniestro vial, una colisión entre vehículos. Inmediatamente, ambos coches envían una señal a los dispositivos de emergencias, que se preparan para salir con bomberos, policía y servicios sanitarios. Segundos más tarde de la colisión, los GPS de miles de vehículos que iban a usar esa vía redirigen el tráfico por rutas alternativas, cuyos semáforos cambian su operativa para hacer espacio a los nuevos flujos. Gracias al histórico de colisiones, el sistema ‘comprende’ que el punto del siniestro vial es un punto negro, y reduce en 10 kilómetros por hora la velocidad máxima para mejorar la seguridad. Los operarios que colocarán al día siguiente las nuevas señales reciben la orden de trabajo.

Sistemas de saneamiento inteligentes  

La tormenta atraviesa la ciudad. El calentamiento global las ha hecho más frecuentes y violentas, pero la ciudad está preparada. La escorrentía superficial avanza por la calle y termina en jardines de lluvia e infraestructura diseñada por una inteligencia artificial gracias a los datos de miles de tormentas durante décadas. La ciudad nunca ha estado tan verde. Bajo estos jardines, una infraestructura gris clásica, de hormigón, recoge el excedente de agua y lo redirige a las plantas de tratamiento. Para evitar saturarlas, un sistema de esclusas redirige buena parte a tanques de tormenta bajo los edificios, que envían información en tiempo real sobre la velocidad de llenado y capacidad. Allí donde se detecta una posible inundación, se avisa a residentes por mensajes al móvil.

Redes eléctricas inteligentes  

El sol está a punto de alcanzar su cénit de mediodía y las viviendas están en pleno consumo energético. Han sido configuradas para cargar los dispositivos con batería en estas horas del día. Se encienden lavavajillas y lavadoras-secadoras. Los robots de limpieza se cargan. Asimismo, los coches eléctricos conectados a las viviendas actúan como batería y se llenan con la radiación solar. Hace horas que los toldos de media ciudad han bajado para evitar que sus fachadas se calienten, volverán a subir una vez se haya ido el sol para ayudar a liberar el calor de la fachada, cuando entran en juego los aerogeneradores ubicados a pocas decenas de kilómetros y la vivienda echa mano de aquella batería del automóvil.

¿Cómo de inteligente es la ciudad inteligente?  

Definir la inteligencia es complicado, más aún cuando se intenta aplicar a conjuntos de objetos y sistemas como es el caso de una ciudad. Una forma muy conservadora de aludir a la ciudad inteligente es aquella que toma decisiones que benefician la calidad de vida urbana o que, por oposición al concepto de inteligencia, no elige las opciones más tontas. La ciudad, o el sistema de elementos que la componen, elige aquellas opciones que mejoran la vida de la gente, ya sea porque el camión de la basura pasa antes de que el cubo rebose o porque lanzan notificaciones desde el portal de participación ciudadana para que las personas puedan formar parte de las decisiones.

Si el ‘inteligente’ es digital y tecnológico, las ciudades han pasado por varias fases de inteligencia. Primero vinieron los sensores. Luego, con su información, llegó el Big Data, aunque estaba generalmente aislado en islas de datos que se agrupaban en las verticales de la ciudad (economía, gestión de gobierno, ciudadanía, medio ambiente, habitabilidad, movilidad, etc). Por ejemplo, el departamento de residuos sabe dónde hay contenedores llenos y el departamento de autobuses dónde hay más atascos, pero sin compartir la información que mejoraría la recogida de basura sin penalizar la movilidad de los vecinos. La inteligencia vendría después.

Para hablar propiamente dicho de ciudades inteligentes es imperativo que estas hayan trascendido el concepto de “analizar datos” y lo hayan sustituido por el de “extraer conclusiones valiosas para el bienestar de la ciudadanía”. Algo parecido al conocimiento derivado de la experiencia, una cualidad sobre las que las máquinas todavía no tienen competencias.

Las infraestructuras inteligentes no prescindirán de las decisiones humanas  

Para alcanzar la “ciudad sabia” aún es necesario que las personas sean quienes toman las decisiones, aunque se informen en inteligencia destilada de datos urbanos recogidos por máquinas. Sin embargo, que la ciudad sea más autónoma en muchas de las competencias operativas (dar avisos, recoger residuos, cambiar semáforos, etc) no viene para sustituir a los humanos que las gobiernan. De hecho, lo contrario es cierto.

Gracias a la infraestructura inteligente, y liberados de parte de la operativa diaria, los gobiernos locales de las ciudades dispondrán de más tiempo para la estrategia de la ciudad en el futuro. En cierto sentido, muchas de las funciones que consumen tiempo en el día a día político podrán ser automatizadas para dejar que los dirigentes se dediquen a escuchar a la ciudadanía, compartir más información interna o simplemente estudiar casos de éxito que replicar.

No se trata de relegar nuestra autonomía humana a las máquinas, sino ponerlas a trabajar en todas aquellas tareas en las que pueden ayudar (porque de hecho ejecutan mejor que las personas). Las personas no son particularmente buenas analizando conjuntos gigantescos de datos o extrapolando eventos, pero saben escuchar, tienen inventiva y las impulsa la creatividad.

Infraestructura inteligentes ante la crisis climática  

Como ya se ha adelantado previamente mediante algunos ejemplos, la infraestructura inteligente conformará una capa de tecnología que ayude a la humanidad a sortear los riesgos (y si puede ser, evitarlos) de las peores consecuencias de la crisis climática. En materia urbana, la infraestructura inteligente ayudará a construir ciudades más resilientes frente a olas de calor, episodios de frío, tornados y otros fenómenos naturales, pero también a retos de naturaleza humana como la respuesta ante incendios provocados, epidemias, el hundimiento de las ciudades tras extraer agua del subsuelo o la sequía local.

Las infraestructuras inteligentes ya se están posicionando como un GPS para que las ciudades discurran por la senda de la transición ecológica. Aunque no hace falta usar IA para entender que hay que reverdecer las ciudades, optimizar el reverdecimiento urbano con un presupuesto limitado y la complejidad de una ciudad (conductos, ecología local, alergias, transmisión de enfermedades entre especies, etc) sí que requiere de un enorme volumen de datos y análisis.

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