Ciencia
La exploración del océano: un desafío más complejo que el del espacio

Bajo la superficie del mar podremos encontrar el futuro de los medicamentos, los combustibles limpios y la predicción climática del planeta.
Pese a que cubren más del 70 % de la superficie del planeta y son origen y hogar de buena parte de los ecosistemas de los que dependemos, los océanos son grandes desconocidos. Incluso con un enorme potencial para desarrollar medicinas, aprender sobre el entorno o localizar elementos de interés para tecnologías limpias, las propiedades del agua hacen difícil su exploración.
La densidad del fluido, la presión a cierta profundidad, las sales disueltas que impiden la visibilidad o el comportamiento de la luz hacen que la exploración del océano resulte una labor titánica. Los telescopios nos permiten recorrer 14 400 millones de años-luz (Ícaro, la estrella más lejana que se ha contemplado), pero no pueden usarse para bucear. ¿Qué secretos oculta el océano?
¿Por qué es importante explorar el océano?
Jacques Cousteau, uno de los grandes exploradores oceánicos del siglo pasado, influyó en generaciones enteras de personas que, cautivadas por las maravillas que se escondían bajo la superficie, adquirieron una mayor conciencia medioambiental. La exploración oceánica juega un papel decisivo en el cuidado del medio ambiente, y es parcialmente responsable que entre el 3,6 % y el 5,7 % de su superficie ya esté protegido. Quizá aún no es suficiente, pero sí determinante.
Comprender los océanos también ayuda a diseñar modelos climáticos del planeta. Cuanto más se sabe sobre el relieve oceánico, las corrientes marinas y la composición química, más fácil es construir modelos que arrojen resultados válidos sobre el futuro. Para ello hay que monitorizar las aguas y, con frecuencia, sumergirse a grandes profundidades. Algo complejo y que necesita de tecnología avanzada.
Uno de los mayores reclamos del océano apunta a los recursos que aún están ocultos en sus profundidades. El agua pesada (deuterio) es un combustible ideal y limpio para los reactores de fusión, y en los océanos del mundo hay una cantidad virtualmente ilimitada capaz de impulsar a la humanidad durante milenios, si no más.
Los medicamentos son otro gran recurso oceánico que valorar. Se estima que seis de cada diez medicamentos actuales provienen de la naturaleza. Teniendo en cuenta que solo se conoce el 2 % del lecho marino y que hay unos dos millones de especies por descubrir en el océano (todas juntas suman unas 6 gigatoneladas de carbono), su conservación y descubrimiento resulta crítico.
Breve historia de la exploración oceánica
Las primeras inmersiones oceánicas datan de los años 20 del siglo pasado, cuando Charles William Beebe descubrió “las delicias de colgarse y oscilar” —según The Universe Below (1998)— usando una cápsula de inmersión en las islas Galápagos. Junto a Otis Barton diseñaron la primera batiesfera, con la que en 1930 descendieron hasta los 183 metros y en 1934 hasta los 900 metros.
Tanto Beebe como Barton quedaron pronto eclipsados por Auguste y Jacques Piccard, padre e hijo, que construyeron el batiscafo Trieste. Este ya no colgaba de un cable umbilical y elevador, sino que podía maniobrar y disponía de su propio aire. Arriesgando su vida, en 1954 lograron descender por debajo de los 4000 metros, pero el casco se resentía por la presión. Casi no lo cuentan.
Tuvieron que construir otro batiscafo, este con ayuda de la Marina de Estados Unidos, para sumergirlo en enero de 1960 hasta los 10 918 metros. Tardaron casi cuatro horas en descender y cada centímetro cuadrado del batiscafo (la uña de tu pulgar) soportó 1196 kg de presión. Nadie ha vuelto a bajar a tanta profundidad, en parte porque resulta absurdo pudiendo descender cámaras.
La enorme dificultad de explorar el océano
La presión ha sido, con diferencia, el gran problema del descenso de los humanos a las profundidades. Pero incluso con robots avanzados de alta tecnología las condiciones no son óptimas. La visibilidad, por ejemplo, implica disponer de un margen de pocos metros con buen tiempo. A menudo se hacen inmersiones de robots y el alcance son unos pocos centímetros.
Bill Bryson, en su capítulo sobre las profundidades de Una breve historia de casi todo (2003), reflexiona que “es más o menos como si nuestra experiencia directa del mundo de la superficie se basase en el trabajo de varios individuos que explorasen con tractores agrícolas después de oscurecer”. En comparación, el universo sobre la atmósfera está vacío y es practicable.
Por descontado, descender incluso con sondas robóticas es costoso tanto por la máquina en sí como por el sistema de apoyo en superficie que hace falta para bajar el robot. A menudo, es necesaria la presencia de varios barcos de tamaño medio para realizar pruebas extremadamente simples que arrojan poca luz. Dicho esto, el coste de la exploración del océano merece la pena, como ocurre con la exploración espacial.
El retorno de la exploración de los océanos

El mero conocimiento obtenido durante décadas de exploración ya es retorno suficiente para justificar la inversión de explorar los océanos. El descubrimiento de nuevos fármacos se suma al valor obtenido de la investigación, y es que desde hace años se están investigando diferentes fármacos antitumorales. Ya en 2007 existían ensayos de oncología que estudiaba diferentes compuestos del océano.
Sin embargo, esta labor es lenta. Debido a los enormes costes de exploración e investigación posterior, el número de medicamentos que provienen del océano es aún notablemente bajo, casi despreciable sobre el total. En parte se debe a que muy pocas farmacéuticas están destinando recursos a esta búsqueda, y las que lo hacen desde hace tres décadas realizan exploraciones superficiales.
Empresas españolas como PharmaMar, que nacieron con el objetivo de buscar organismos marinos, han catalogado decenas de miles de organismos cuyo hábitat se encuentra a 100 metros de la superficie. Siendo la profundidad media de los océanos del mundo supera los 4 kilómetros, todavía hay un mundo de posibilidades listas para explorar.
Aunque no se sabe con certeza, sí se está bastante seguro de que el próximo gran grupo de antibióticos vendrá del océano. La penicilina se descubrió por accidente en las mismas fechas en las que Charles William Beebe descolgaba su proto-batiesfera para ver las maravillas junto a las Galápagos. Desde entonces se han descubierto una decena de tipos nuevos, pero no nos vendrían mal otros.
Tampoco se puede dejar de lado el enorme beneficio que supone para toda la sociedad la forma en que la exploración del océano sirve de proyecto tractor para todo tipo de industrias. Su está repleta de invenciones, como el sonar de profundidad, que han derivado en dispositivos médicos indispensables, como es el caso de la exploración por ultrasonidos.
Conservación de los océanos gracias a la tecnología
Conocer lo que hay bajo los océanos es imprescindible para ser conscientes de lo que hay que cuidar. Es la exploración de los océanos lo que ha arrojado luz sobre cómo el coral ha perdido ya el 50 % de su capacidad para albergar otras especies, una consecuencia de la falta de cuidado planetario y la contaminación.
La tecnología de exploración oceánica es una herramienta fundamental para la preservación de los océanos. No solo aporta información sobre el estado del sistema Tierra, sino que también nos da herramientas para cambiar el rumbo de la civilización y hacerlo coincidir con el del resto del planeta.