Educación

Startups que nacen en el aula: el talento emprendedor universitario 

Startups que nacen en el aula: el talento emprendedor universitario 

Las aulas y los laboratorios universitarios pueden ser el lugar ideal para desarrollar innovación con impacto real y transformarla en empresa.

No toda la innovación surge en un garaje de Silicon Valley, a veces, nace entre pizarras o en conversaciones improvisadas en la cafetería de un campus. De hecho, cada vez es más habitual que las universidades no solo enseñen, sino que también incuben, convirtiéndose en auténticos ecosistemas de innovación, donde ideas, investigaciones e intuiciones se transforman en proyectos concretos. En España, esta ola de emprendimiento académico —compuesto por iniciativas estudiantiles, proyectos impulsados por jóvenes investigadores— está empezando a cambiar el panorama empresarial. 

Así, las universidades españolas están ganando protagonismo como viveros de emprendimiento donde la investigación aplicada empieza a traducirse en soluciones tangibles que responden a desafíos reales. Startups y spin-offs universitarias están impulsando sectores tan diversos como la salud, la energía, la sostenibilidad o las tecnologías digitales

Según datos del informe El ecosistema de spin-offs deep tech en España‘, elaborado por Mobile World Capital Barcelona junto con Deloitte, a finales de 2023 había registradas 1.210 spin-offs deep tech activas en el país. Entre todas, generan 12.200 empleos cualificados y facturan cerca de 2.000 millones de euros anuales. Cataluña y Madrid concentran más de la mitad de estas empresas, con 355 y 319 respectivamente, gracias a su densa red de universidades y centros de investigación. Detrás vienen, aunque con cifras más modestas, la Comunidad Valenciana, Andalucía y el País Vasco. 

Muchas de las startups surgidas del ámbito universitario se caracterizan por un fuerte componente tecnológico o científico. No por casualidad, sectores como la salud digital, la sostenibilidad ambiental, la computación cuántica o el espacio están a menudo en el centro de estas iniciativas. Su ventaja competitiva es evidente: una sólida base de investigación y acceso a infraestructuras y mentoring que solo el mundo académico puede ofrecer. 

Es el caso de Beonchip, spin-off de la Universidad de Zaragoza que desarrolla chips microfluídicos para la simulación de tejidos humanos, con aplicaciones en medicina personalizada; de Alén Space, nacida en la Universidad de Vigo para diseñar nanosatélites para usos comerciales y científicos. O Multiverse Computing, que dio sus primeros pasos en los pasillos de la Universidad del País Vasco, desarrollando un software de computación cuántica hoy adoptado por bancos e industrias, y Plant Response Biotech, una spin-off de la Universidad Politécnica de Madrid que desarrolla productos para la protección de cultivos sin generar residuos. 

El impulso de estos proyectos no se debe únicamente a la excelencia científica, sino también a la existencia de programas formativos y espacios de conexión con el futuro. En este sentido, el programa Akademia, promovido por la Fundación Innovación Bankinter, ha sido decisivo para una nueva generación de emprendedores. Al poner a los estudiantes en contacto con tendencias emergentes como la inteligencia artificial, la bioingeniería o el cambio climático, Akademia no solo forma profesionales, sino que estimula la creación de ideas con impacto.  

Sin embargo, el camino no está exento de obstáculos. El conocido “valle de la muerte” —el paso del laboratorio al mercado— sigue siendo una etapa crítica. Muchas iniciativas fracasan por falta de financiación adecuada, dificultades legales o ausencia de redes de contacto con la industria. También es clave fortalecer las Oficinas de Transferencia de Conocimiento (OTC), cuya capilaridad y eficacia sigue siendo desigual entre comunidades y universidades. 

En este sentido, existen varias palancas necesarias para consolidar este ecosistema: aumentar los recursos disponibles en etapas tempranas, ampliar los incentivos fiscales a empresas e inversores, simplificar el marco normativo y, sobre todo, fomentar una colaboración más estrecha entre lo público y lo privado. 

En un mundo donde la competitividad se define por la capacidad de transformar el conocimiento en valor, las spin-offs universitarias son mucho más que empresas emergentes. Son puentes entre ciencia y sociedad, motores de innovación aplicada y herramientas para afrontar desafíos globales. Invertir en ellas no es solo una apuesta económica, sino también una inversión estratégica en el futuro. Quizás el próximo unicornio europeo nazca entre una clase de ética de la innovación y un laboratorio de prototipado. Y será fruto no solo de una buena idea, sino de un ecosistema que cree en el poder transformador del conocimiento. 

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