La investigación en fusión, además de impulsar una nueva forma de generar energía, está dando lugar a tecnologías que pueden transformar muchos otros sectores clave.
Por ejemplo, los superconductores de nueva generación permiten construir imanes mucho más potentes y compactos. Estos avances ya se están aplicando en equipos de resonancia magnética médica o en el desarrollo de trenes de levitación magnética más eficientes.
La criogenia avanzada, que permite operar a temperaturas cercanas al cero absoluto, se utiliza en grandes instalaciones científicas y tiene aplicaciones potenciales en el transporte espacial o en la física de partículas.
En paralelo, se han desarrollado nuevos sistemas de electrónica de potencia, capaces de gestionar grandes cargas eléctricas con alta precisión. Esto resulta clave para mejorar las redes eléctricas o impulsar la producción de hidrógeno verde.
También se están diseñando materiales especiales, como metales líquidos o aceros resistentes a la radiación, con aplicaciones directas en sectores como la industria aeroespacial, la medicina o la energía nuclear.
Y la complejidad de los reactores ha dado lugar a sistemas de robótica avanzada y mantenimiento remoto, que pueden adaptarse a otros entornos exigentes, desde plantas nucleares hasta fábricas automatizadas.
Startups tecnológicas ya están adaptando estas soluciones para su uso fuera del ámbito de la fusión. Como han señalado expertos del sector, estas innovaciones pueden convertirse en motores industriales por derecho propio, siempre que Europa apueste por desarrollar su propia capacidad de fabricación y no dependa de cadenas de suministro externas. La fusión, así, no solo puede cambiar el sistema energético, sino también impulsar una nueva generación de tecnologías estratégicas.