EmbodiedAI
La inteligencia artificial que aprende de nosotros

Leila Takayama explora cómo la IA física puede integrarse en nuestra vida cotidiana y qué impacto tendrá en el futuro del trabajo y la sociedad
La inteligencia artificial (IA) está dejando de ser una herramienta puramente digital para tomar presencia en el mundo físico. Este avance, conocido como IA física (o Embodied AI), está cambiando la manera en que los humanos interactuamos con la tecnología. Desde robots en la industria hasta asistentes autónomos en el hogar, la IA física está diseñada para colaborar con las personas en lugar de reemplazarlas.
En el Future Trends Forum de la Fundación Innovación Bankinter sobre IA física, Leila Takayama, especialista en interacción humano-robot y Vicepresidenta de Diseño en Robust.AI, ofrece una visión clara sobre cómo la IA física está evolucionando y cuál es su verdadero impacto en la sociedad. Con años de experiencia en robótica, desde su trabajo en Hoku Labs hasta su liderazgo en el diseño de robots interactivos, Takayama resalta un punto clave: el éxito de la IA física no se trata solo de tecnología, sino de la relación que establecemos con ella.
Puedes ver la ponencia de Leila Takayama aquí:
La evolución de la IA física: más accesible y colaborativa
La inteligencia artificial física (Embodied AI) ha experimentado una transformación enorme en los últimos años. Antes, los robots eran herramientas altamente especializadas, diseñadas para tareas concretas en entornos muy controlados, como las fábricas. Ahora, gracias a los avances en inteligencia artificial y robótica, estos sistemas están evolucionando para ser más accesibles, adaptables y colaborativos.
Uno de los cambios clave es la forma en que las personas pueden interactuar y entrenar estos sistemas. Tradicionalmente, programar un robot requería conocimientos avanzados de ingeniería y codificación. Sin embargo, con la incorporación del aprendizaje automático y la interacción en lenguaje natural, es posible que cualquier usuario, sin conocimientos técnicos, pueda enseñar a una IA física a realizar nuevas tareas.
Leila Takayama destaca cómo esta evolución está permitiendo que la tecnología llegue a más sectores y comunidades. Ahora, los robots pueden ser utilizados por trabajadores de distintos sectores que pueden personalizarlos según sus necesidades específicas. Esta capacidad de adaptación hace que la IA física sea mucho más útil en escenarios diversos, como la logística, la atención sanitaria o la educación.
Por ejemplo, en el ámbito industrial, los robots colaborativos (cobots) están diseñados para trabajar codo a codo con los operarios, en lugar de reemplazarlos. Gracias a la posibilidad de ser reprogramados con simples demostraciones o comandos de voz, pueden aprender nuevas tareas sobre la marcha, sin necesidad de largos procesos de configuración. De esta manera, se aumenta la productividad y se reduce la barrera de entrada para las empresas que desean implementar automatización sin depender de especialistas en robótica.
Un ejemplo reciente de esta evolución es Carter, un robot desarrollado por Robust.AI diseñado para mejorar la eficiencia en almacenes y centros logísticos. A diferencia de los sistemas totalmente autónomos, Carter permite a los operarios interactuar con él de forma intuitiva: pueden tomar el control manualmente simplemente agarrándolo por los manillares, como si empujaran un carrito de almacén. Esta combinación de automatización e interacción humana no solo facilita el trabajo, sino que también reduce la fatiga física y mejora la seguridad en el entorno laboral. Takayama destaca que el diseño de Carter se inspira en herramientas clásicas que los trabajadores ya conocen y utilizan, lo que facilita su integración en el día a día.

Fuente: https://www.robust.ai/
Otro aspecto fundamental de esta evolución es que la IA física está dejando de ser exclusiva de grandes corporaciones con acceso a tecnología avanzada. Los costes de desarrollo e implementación han disminuido, permitiendo que empresas más pequeñas y sectores con menos recursos puedan aprovechar sus beneficios. Takayama menciona que este cambio está facilitando la adopción de la IA física en sectores como la agricultura, donde los agricultores pueden utilizar drones o robots de asistencia sin necesidad de ser expertos en tecnología.
Además, el avance de la modularidad en la robótica está permitiendo que los sistemas sean más flexibles y reutilizables. Antes, un robot diseñado para una función específica tenía pocas posibilidades de ser reconvertido para otra tarea. Ahora, con plataformas abiertas y módulos intercambiables, es posible modificar un robot según las necesidades cambiantes de su entorno. Esto significa que en lugar de desechar una máquina cuando su función original deja de ser útil, se puede actualizar con nuevas capacidades, prolongando su ciclo de vida y aumentando su eficiencia.
En definitiva, la IA física está evolucionando hacia un modelo más accesible, flexible y centrado en la colaboración humano-máquina. Su diseño ya no está pensado únicamente para entornos altamente estructurados, sino para adaptarse dinámicamente a las necesidades reales de las personas que la utilizan. Esta evolución marca un cambio de paradigma: de robots programados para tareas cerradas a sistemas que pueden aprender y crecer junto a sus usuarios.
El mito del robot humanoide: ¿es realmente necesario?
La robótica lleva décadas intentando replicar la forma y el comportamiento humano. Pero, según Takayama, esto no siempre tiene sentido.
“Nos fascinan los humanoides, pero eso no significa que sean la mejor solución para todos los problemas”.
Takayama menciona el caso del PR2, un robot desarrollado en Willow Garage con una avanzada capacidad de manipulación. Sin embargo, cuando se probó en entornos domésticos, los resultados fueron decepcionantes:
- Era costoso y complejo de mantener.
- Dañaba alfombras, asustaba a las mascotas y tropezaba con obstáculos inesperados.
- No era intuitivo para las personas que no estaban familiarizadas con la robótica.
Este ejemplo muestra que la robótica no debe centrarse en crear máquinas que se parezcan a los humanos, sino en diseñar sistemas que se adapten de forma eficiente a las necesidades reales de las personas.
En algunos casos, una IA integrada en un sistema discreto (como un exoesqueleto o un asistente inteligente sin cuerpo físico) puede ser mucho más útil que un robot con brazos y piernas.
El impacto de la IA física en el futuro del trabajo
Uno de los temas centrales en la conversación sobre IA es su impacto en el empleo. La idea de que los robots están diseñados para reemplazar a los humanos genera preocupación, pero Takayama tiene una visión diferente:
“Cuando la gente me pregunta si los robots nos van a quitar el trabajo, les digo: pasen un día con un robot y luego vean si siguen preocupados. Son herramientas con capacidades diferentes a las nuestras”.
Más que eliminar empleos, la IA física tiene el potencial de:
- Reducir la carga de trabajo físico en sectores como la construcción y la manufactura, minimizando lesiones.
- Automatizar tareas repetitivas o peligrosas, permitiendo a los humanos enfocarse en labores más creativas y estratégicas.
- Hacer que el trabajo sea más accesible para personas con movilidad reducida o discapacidades, mediante el uso de interfaces intuitivas y adaptativas.
Este enfoque está alineado con el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 8 de la ONU, que busca garantizar un trabajo decente y crecimiento económico sostenible. La clave no es la sustitución, sino la colaboración.
La interacción humano-robot: clave para el éxito de la IA física
Para que la IA física sea realmente útil, su diseño debe centrarse en cómo los humanos se sienten al interactuar con ella. Takayama señala que muchas veces los desarrolladores de IA se enfocan en hacer que los sistemas sean técnicamente avanzados, pero descuidan la experiencia del usuario.
“Uno de los mayores errores que cometemos en robótica es diseñar cosas impresionantes desde un punto de vista técnico, pero que la gente no quiere usar”.
Un robot puede ser extremadamente preciso y rápido, pero si genera incomodidad o desconfianza, su adopción será baja. Por ello, es fundamental que:
- Los robots sean fáciles de entender y de usar, incluso para personas sin conocimientos técnicos.
- Se adapten a los entornos humanos, en lugar de esperar que los humanos se adapten a ellos.
- Sean percibidos como colaboradores y no como amenazas, promoviendo la confianza y la aceptación social.
Leila Takayama nos deja un mensaje claro: la IA física no debe diseñarse para reemplazar a los humanos, sino para potenciar sus capacidades. El éxito de estos sistemas dependerá de cómo se integren en la vida cotidiana y de su capacidad para aprender de nosotros y trabajar con nosotros.
Si queremos un futuro en el que la IA física mejore nuestra calidad de vida, debemos diseñarla pensando en la interacción, la accesibilidad y la utilidad real. Y, sobre todo, debemos asegurarnos de que estas tecnologías sean moldeadas por las personas que las usarán, no solo por quienes las programan.