Ciudades
Retos y oportunidades en la gobernanza del agua

La gestión de este recurso vital requiere estrategias innovadoras y políticas para garantizar un acceso equitativo
El agua es vida y su papel en la biosfera define la singularidad de nuestro planeta. Un recurso esencial que damos por sentado pero que está volviéndose cada vez más difícil de acceder. De hecho, a medida que las sequías se intensifican y las lluvias se vuelven más impredecibles, las ciudades y comunidades del mundo se ven obligadas a replantearse cómo gestionar un bien que es vital para la estabilidad económica y social. A este reto intentaron dar respuesta los expertos que participaron en el informe Future Trends Forum ‘Agua, nuestro recurso vital en jaque’ de la Fundación Innovación Bankinter.
Aunque la Tierra está cubierta en un 71% por agua, solo un pequeño porcentaje es dulce y accesible para el consumo humano. Según algunas de las conclusiones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), se espera que el calentamiento global reduzca aún más la disponibilidad de agua dulce, intensificando los extremos húmedos y secos. A esto se añade que, proyecciones como las del profesor David Sedlak, de la Universidad de Berkeley, estiman que para 2070 la población mundial alcanzará los 10 mil millones, con una mayor demanda de carne y alimentos que incrementará la presión sobre los recursos hídricos. De hecho, el 70% del agua que consumimos está vinculada a la producción de alimentos, lo que convierte a la crisis hídrica en una crisis alimentaria.
Para hacer frente a estos desafíos, es imprescindible adoptar un enfoque sistémico que incluya innovación tecnológica, colaboración internacional, gobernanza integral, responsabilidad social y modelos económicos que garanticen su viabilidad a largo plazo. Un enfoque que no solo busca maximizar la eficiencia de los recursos, sino también integrar el concepto de justicia social en cada aspecto de la planificación y financiación de los sistemas hídricos. De hecho, el agua es el centro del Objetivo de Desarrollo Sostenible número 6 de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, y su influencia abarca otros objetivos relacionados con la erradicación del hambre, la salud, la energía limpia y la conservación de ecosistemas.
Reutilización y desalinización como objetivos
La tecnología ofrece algunas respuestas prometedoras. Una de ellas es la reutilización, práctica que está ganando terreno en países como Israel y California y que incluye el tratamiento avanzado de aguas residuales mediante membranas de ósmosis inversa para su uso en riego agrícola o recarga de acuíferos. Se estima que, para el año 2040, el 40% del suministro de agua en algunas áreas de California provendrá de fuentes recicladas, y Sedlak sugiere la adopción de sistemas integrados en edificios para el tratamiento de aguas grises y negras, reduciendo así la dependencia de infraestructuras centralizadas. Este modelo es especialmente relevante para ciudades en crecimiento y comunidades en desarrollo.
Otro proceso indispensable es la desalinización. Aunque enfrenta desafíos económicos y ambientales, expertos como Alejandro Jiménez, de Acciona, señalan que las plantas modernas ya operan con energía renovable, mitigando su impacto ecológico: un ejemplo notable es la capacidad de producir 5.000 litros diarios por parte del gobierno de Qatar en situaciones de emergencia. Por último, la captura de agua atmosférica se posiciona como una solución viable en regiones áridas. Empresas como la cordobesa GENAQ han desarrollado tecnologías que extraen agua del aire mediante sistemas de refrigeración, beneficiando a comunidades rurales, ejércitos y áreas afectadas por desastres naturales.
El agua no solo es esencial para la supervivencia humana, sino también para sectores clave como la energía, la agricultura y la industria y es un recurso geopolítico. Conflictos históricos, como los relacionados con el río Nilo o el Jordán, subrayan la necesidad de una gobernanza internacional colaborativa que se centre en compromisos globales, es decir, en un pacto mundial para la gestión del agua. Además, hay que movilizar recursos públicos y privados para financiar infraestructuras resilientes y sostenibles, y garantizar que las comunidades locales sean parte del proceso, desde la planificación hasta la implementación de soluciones.
Singapur y Windhoek (Namibia) son ejemplos de ciudades que han implementado estrategias innovadoras en la gestión del agua. La ciudad estado asiática ha adoptado tecnologías avanzadas de reutilización y captura de la lluvia, mientras que Windhoek lleva décadas liderando en el reciclaje indirecto potable. En España, iniciativas como la modernización de redes de riego y la conservación de ecosistemas fluviales son pasos fundamentales hacia una gestión integrada, la Región de Murcia reutiliza más del 90% del agua. No obstante, se requiere una mayor inversión en infraestructuras verdes y soluciones basadas en la naturaleza.
Según datos del Future Trends Forum, invertir en infraestructuras hídricas y sistemas de saneamiento genera beneficios económicos y sociales que trascienden el simple acceso al agua. Por ejemplo, el suministro constante de agua limpia reduce la incidencia de enfermedades como la diarrea o el cólera. Esto alivia la presión sobre los sistemas de salud y reduce significativamente los costos asociados al tratamiento de estas patologías, liberando recursos hacia otros sectores clave como la educación o la vivienda.
Asimismo, las inversiones en agua y saneamiento incrementan la igualdad y la productividad laboral, especialmente entre las mujeres. De hecho, en muchas comunidades rurales, ellas son las principales responsables de la recolección, una tarea que puede consumir varias horas al día. Con acceso a agua potable cerca de sus hogares, estas mujeres pueden dedicar más tiempo a la educación, el trabajo remunerado y otras actividades que impulsen su desarrollo personal y comunitario.
Para enfrentar los desafíos hídricos del siglo XXI, expertos como Howard Neukrug, Director Ejecutivo del Centro del Agua de la Universidad de Pennsylvania, concuerdan en la necesidad de abordar tres estrategias clave: eficiencia, infraestructuras adaptativas y recursos no convencionales. Esto implica: invertir en I+D para desarrollar tecnologías accesibles y sostenibles; adoptar políticas tarifarias que reflejen los costos reales del agua; fomentar la educación pública para cambiar patrones de consumo y percepción del agua.
En última instancia, el acceso al agua es un derecho humano fundamental, reconocido por las Naciones Unidas en 2010. Pero hacerlo realidad requiere un compromiso colectivo que trascienda fronteras, intereses políticos y barreras económicas. Los gobiernos, las empresas, las organizaciones internacionales y las comunidades deben trabajar juntos para garantizar que este recurso esencial esté disponible para todos, hoy y en el futuro. La sostenibilidad y la equidad no son objetivos aislados, sino dos caras de la misma moneda. Juntas, tienen el poder de transformar la gestión del agua, asegurando no solo la supervivencia de millones de personas, sino también un futuro en el que el agua sea un motor de progreso, igualdad y esperanza.