Robótica

Robots que entienden: el desafío de la interacción humano-máquina 

Robots que entienden: el desafío de la interacción humano-máquina 

Descubrimos la evolución de los modelos de lenguaje e IA física aplicada a la robótica cognitiva y sus implicaciones económicas y sociales

Cuando hablamos de robots que “nos entienden”, la imaginación se dispara hacia androides con conciencia, como en las películas. Pero más allá de la ficción, ¿qué significa realmente que una máquina entienda a un ser humano? ¿Cómo se desarrolla una relación fluida, adaptativa y confiable entre personas y robots? La respuesta nos lleva a uno de los terrenos más fascinantes de la tecnología actual: la robótica cognitiva y la inteligencia artificial “encarnada” (embodied AI) –ver informe del FTF dedicado a elIo-, donde el cuerpo, el entorno y la mente artificial se entrelazan. 

Durante décadas, los robots fueron brazos mecánicos altamente precisos pero rígidos, incapaces de adaptarse a entornos cambiantes o a interacciones humanas. Hoy, sin embargo, nos encontramos ante un nuevo paradigma: robots capaces de percibir su entorno, interpretarlo, aprender de él y actuar en consecuencia. Esto es lo que persigue la robótica cognitiva: dotar a las máquinas de capacidades similares a las humanas para percibir, razonar y decidir. Y, al menos en teoría, para simplificar nuestra vida. 

Eso sí, la inteligencia, tanto natural como artificial, se forja a través del cuerpo. De ahí la importancia del enfoque embodied: una IA “encarnada” en un sistema físico que actúa en el mundo real, como sucede con humanos y animales. Ahora bien, ¿qué diferencia a un robot “inteligente” de uno simplemente funcional? Según muchos expertos, la clave está en la intencionalidad. Un robot puede agarrar un objeto porque ha sido programado para ello, pero eso no implica que “sepa” por qué lo hace, ni que pueda decidir hacerlo de otra forma si cambian las condiciones. Comprender al otro, anticipar, recordar, adaptar, son capacidades profundamente humanas, y aún muy difíciles de replicar. 

Aquí entra en escena la llamada Agentic AI, o inteligencia artificial agente. Estos sistemas no solo procesan información: establecen objetivos, perciben su entorno, elaboran estrategias y toman decisiones autónomas. Lo vemos en sistemas como los ADAS de los automóviles, pero también en robots capaces de colaborar en fábricas o asistir a personas en hospitales. El salto cualitativo es evidente: pasamos de máquinas ejecutoras a agentes con comportamiento autónomo, aunque supervisado. 

Robots sociales, desde España y Europa 

Uno de los proyectos más significativos en robótica cognitiva aplicada al entorno social es SOCRATES, una iniciativa europea con participación española que estudia cómo los robots pueden interactuar con personas mayores de forma empática y adaptativa. Utiliza el robot TIAGo, desarrollado por la empresa PAL Robotics (Barcelona), dotado de movilidad, sensores visuales y capacidad de lenguaje. Su objetivo no es sustituir a los cuidadores, sino complementar su labor ayudando en tareas rutinarias o estimulando cognitivamente a los usuarios. La clave está en su capacidad de aprender de la interacción social y responder de manera contextual. 

Otro caso innovador es el robot PERRETE, un perro robótico diseñado en España para acompañar a pacientes con Alzheimer. Dotado de sensores y comportamientos realistas, La máquina interactúa con los usuarios generando estímulos sensoriales y emocionales positivos. Su éxito en entornos residenciales no solo ha mejorado el bienestar de los pacientes, sino que demuestra cómo un diseño embodied y afectivo puede fortalecer la relación humano-robot

Por último, destaca el proyecto europeo DVPS (Diversibus Viis Plurima Solvo), que explora nuevas formas de inteligencia artificial capaces de aprender directamente del entorno físico combinando visión, lenguaje y percepción sensorial. Este tipo de IA embodied representa una alternativa a los modelos puramente estadísticos: aquí no se trata solo de procesar datos, sino de generar conocimiento situado, contextual y adaptable. Un enfoque con aplicaciones prometedoras en medicina, robótica social, medioambiente y traducción. 

Convivencia, confianza y colaboración 

Si en contextos como la atención a mayores o la educación, ya se han observado efectos positivos en la calidad del servicio y en la carga emocional del personal humano, en el ámbito industrial, los robots cognitivos ayudan a automatizar tareas complejas sin desplazar necesariamente al trabajador, sino liberándolo para funciones de mayor valor añadido. El caso es que, según McKinsey, el 60 % de las tareas podría ser automatizado. 

Además, el uso cada vez mayor de soluciones robóticas  responde también a la necesidad de paliar la escasez de mano de obra, un problema que afecta a muchos países del mundo. En la Unión Europea se ha pasado de 269 millones en 2012 a 264 millones en 2021. Al año siguiente, el número de personas empleadas de entre 20 y 64 años ascendía a 193,5 millones, y se prevé que la población en edad laboral en la UE disminuirá aún más, con una pérdida adicional de 35 millones de personas de aquí a 2050. 

Pero esta integración requiere también un rediseño del marco normativo y cultural. El nuevo AI Act europeo establece criterios de seguridad, transparencia y control humano para evitar usos indebidos de la inteligencia artificial. La regulación debe acompañar a la innovación, especialmente cuando hablamos de agentes que interactúan con personas vulnerables. La robótica cognitiva, bien aplicada, puede ser una aliada estratégica. Pero no se trata solo de eficiencia o automatización: lo más interesante de esta revolución es que nos obliga a preguntarnos qué es lo que realmente nos hace humanos. 

Diseñar un robot capaz de reconocer emociones, recordar una conversación o elegir el modo adecuado de entregar una medicina nos fuerza a entender mejor cómo funciona nuestra mente, cómo nace el sentido del yo, cómo aprendemos y nos relacionamos. Es en ese proceso compartido de investigación —entre ingenieros, neurocientíficos, diseñadores y filósofos— donde reside el verdadero valor de esta tecnología. 

La robótica cognitiva y la IA embodied no pretenden suplantar al ser humano, sino complementar sus capacidades. No se trata de construir réplicas nuestras, sino de crear aliados tecnológicos que actúen en nuestro mundo con empatía, autonomía y responsabilidad. Como ocurre con los robots sociales como TIAGo o Perrete, el objetivo no es deshumanizar, sino devolver el foco a las personas. 

Frente a los temores —al desempleo, a la pérdida de control, a la despersonalización— cabe una mirada más matizada: la que ve en estos desarrollos una oportunidad para redefinir nuestra relación con la tecnología. Y quizás, al hacerlo, también nuestra relación con nosotros mismos. 

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