Educación
Campus inmersivos: cómo la realidad extendida acelera la formación técnica
Los entornos educativos empiezan a integrar tecnologías para formar en profesiones técnicas de alta demanda.
En un aula de Formación Profesional de Huelva, un estudiante se ajusta un casco de realidad aumentada antes de acercarse a una antorcha virtual. Puede practicar soldadura sin miedo a chispas ni quemaduras, repetir el movimiento hasta alcanzar la precisión necesaria y recibir al instante un informe sobre sus errores y progresos. Lo que hasta hace unos años parecía un videojuego futurista es hoy una herramienta reconocida a escala global: Soldamatic, desarrollada por la startup andaluza Seabery, referente internacional en la formación de soldadores. La innovación, en este caso, no consiste en inventar un oficio nuevo, sino en reinventar la manera de aprenderlo.
Este es solo un ejemplo de un movimiento más amplio. Los campus inmersivos, que combinan realidad extendida (XR), simuladores y gemelos digitales, están cambiando la manera en que se forman los profesionales de sectores técnicos y de alta demanda. El mantenimiento de aerogeneradores, la operación de maquinaria pesada o incluso la preparación de equipos médicos complejos, hoy pueden ensayarse en entornos virtuales. De este modo se aceleran los procesos de capacitación y se democratiza el acceso a prácticas que de otro modo serían caras, peligrosas o simplemente imposibles de realizar. Endesa o Iberdrola ya utilizan simuladores inmersivos para entrenar en seguridad en parques eólicos o en redes eléctricas, reduciendo riesgos y tiempos de formación.
En abril de 2025, un experimento en El Salvador con 317 estudiantes de secundaria mostró que el uso de realidad virtual mediante la plataforma ClassVR elevó la retención del contenido un 35,2% frente al 2,6% obtenido con métodos tradicionales. Otro análisis más amplio en cursos STEM reveló que la combinación de AR y VR mejoraba la comprensión y retención en un 30% y elevaba el engagement estudiantil hasta un 85%. Incluso en entornos universitarios, la Universidad de Maryland detectó que la sensación de “presencia” inmersiva en VR aumentaba al menos un 10% la capacidad de recuerdo respecto a la enseñanza en pantallas convencionales. No se trata, por tanto, de un mero entusiasmo tecnológico, sino de un cambio pedagógico medible.
Democratizar el acceso
En este terreno destacan startups como la danesa Labster, que ha diseñado laboratorios virtuales de ciencias en los que los estudiantes pueden experimentar con reacciones químicas o simulaciones biológicas sin necesidad de equipos costosos ni riesgos físicos. En lugar de limitarse a observar gráficos en un libro, los alumnos manipulan variables, formulan hipótesis y obtienen resultados en tiempo real. Para universidades y centros de FP, la ventaja es clara: reducir costes de infraestructura, abrir acceso a laboratorios a estudiantes que antes no lo tenían y preparar mejor a los jóvenes para entornos laborales donde la precisión y la rapidez son determinantes.
El atractivo de estos campus inmersivos reside también en la posibilidad de personalizar la enseñanza. La tecnología registra cada interacción, mide tiempos de respuesta, tasa de errores y progresos individuales. Con estos datos se pueden diseñar itinerarios adaptados a cada perfil, algo difícil de lograr en aulas masificadas. Un aprendiz que necesita repetir cien veces un gesto puede hacerlo sin agotar recursos ni ocupar espacio en un taller físico. Y otro que avanza más rápido puede enfrentarse a desafíos más complejos sin esperar al resto del grupo. El resultado es una formación más flexible y ajustada a las necesidades reales de los estudiantes y de las empresas que los contratarán.
Por supuesto, la adopción de estas tecnologías se enfrenta todavía a varios obstáculos. El primero es el coste: aunque los visores VR y AR han bajado de precio, siguen representando una inversión importante para centros educativos y pequeñas empresas. El segundo es cultural: no todos los docentes aceptan de buen grado que una parte de la formación se traslade a entornos virtuales. También existen limitaciones técnicas, desde el llamado cibermareo, hasta la fatiga visual que puede provocar un uso prolongado de estos dispositivos. Y, sobre todo, el contenido: cada módulo o simulación debe diseñarse a medida, con criterios pedagógicos sólidos, lo que eleva los costes de desarrollo y puede generar desigualdades entre quienes tienen acceso a materiales de calidad y quienes no.
Hacia un mundo híbrido
A pesar de estas barreras, la tendencia parece imparable. La Comisión Europea financia ya proyectos de campus digitales y gemelos virtuales en FP dual, y países como Alemania, Dinamarca o España los han integrado en sus planes de innovación educativa. En nuestro país destacan pilotos en centros de FP que utilizan XR para el mantenimiento de parques eólicos o para entrenar en el uso de equipos médicos de precisión.
En paralelo, universidades y empresas colaboran en proyectos de gemelos digitales aplicados a la industria energética, lo que abre un puente directo entre formación académica y necesidades del mercado. En este sentido, programas como InspiraTech de la Fundación Innovación Bankinter juegan un papel relevante a la hora de conectar universidades, centros de investigación y empresas en un ecosistema donde la innovación educativa se alinea con las demandas de la industria.
La clave está en cómo se integran estos campus inmersivos en estrategias más amplias de capacitación. No se trata solo de sustituir una pizarra por un casco, sino de diseñar ecosistemas educativos híbridos en los que lo virtual complemente a lo presencial, y donde el aprendizaje experiencial refuerce los conocimientos teóricos. Más allá de los cascos VR, hacen falta entornos integrados donde se planifican itinerarios de aprendizaje con métricas de progreso (tiempo hasta la competencia, tasa de error aceptable, número de repeticiones) medibles e inmediatamente útiles para el entorno laboral.
El futuro, por tanto, no es una clase completamente virtual ni un campus 100% digital, sino un modelo en el que la formación técnica se apoya en la realidad extendida para ganar velocidad, seguridad y eficacia a la hora de afrontar el mundo real. Un soldador que reduce errores desde el primer día, un técnico que conoce al detalle la maquinaria antes de tocarla o un médico que ensaya una operación compleja sin riesgo para el paciente: esa es la verdadera promesa de los campus inmersivos.