Blockchain

A modelos de negocio disruptivos, ciudadanos más comprometidos 

A modelos de negocio disruptivos, ciudadanos más comprometidos 

Cómo está cambiando la forma de consumo de las personas y cuál es su papel en la evolución de los procesos productivos y el tejido económico. Los proyectos de innovación, una de las claves.

Lisa Gansky, fundadora en Instigating+Co, en la introducción del FTF Modelos de negocio disruptivos de la Fundación Innovación Bankinter, asegura: “Ya no estamos en el umbral de un cambio de paradigma: estamos en el ojo de un huracán que está transformando el sector empresarial, el buen gobierno y la sociedad tal y como los conocemos”. Esta transformación fue bautizada ‘disrupción digital’, para indicar el impacto del proceso de digitalización en los diversos aspectos de la realidad, ya sean vinculados al mundo empresarial y productivo, como a las creencias, hábitos, expectativas y comportamientos de las personas. 

Greg Kidd, CEO de globaliD considera que “el término ‘disrupción’ transmite con gran precisión la idea de destrucción del statu quo”. Sin embargo, argumenta, “la disrupción puede suponer una mera demolición o la construcción de algo nuevo: depende de la calidad de las ideas en las que se cimienta. Una disrupción verdaderamente innovadora plantea una realidad alternativa que, según un conjunto de actores, podría y debería existir en el mundo”. 

Según Javier Creus, fundador de Ideas for Change, “los modelos de negocio disruptivos son una nueva combinación de lo existente con lo emergente, que es capaz de generar mucho más valor o con mucho menos esfuerzo: el conjunto de las startups son el gran laboratorio distribuido de los nuevos modelos de negocio”. 

En concreto, según Gansky, el modelo industrial está siendo sobrepasado por plataformas distribuidas, basadas en las redes y los datos, donde gracias a las tecnologías digitales y a la colaboración entre las personas se están generando soluciones inimaginables hace apenas una década. “Blablacar, Transferwise, Wallapop, FabLab, Airbnb, Ethereum, Alibaba: es solo el comienzo de una larga lista de instigadores del cambio basados en redes digitales descentralizadas que lo están cambiando todo”, asegura. 

Sin embargo, todavía hay demasiadas organizaciones que piensan que es suficiente con utilizar la nube o digitalizar algunos procesos para adoptar la transformación digital. Por el contrario, la disrupción digital es un proceso de transformación tecnológica, pero, sobre todo, cultural. Por eso es importante que las personas, las verdaderas protagonistas del cambio, aborden las herramientas y tecnologías con la mentalidad y las habilidades adecuadas. 

“Desde mi punto de vista -explica Creus- lo más importante es mantener la curiosidad, la capacidad de aprender y de imaginar. Para transformar una organización han de cambiar las personas y las tecnologías de forma acompasada”. Por supuesto, en una fase de cambio es normal que se generen reacciones dirigidas a mantener el equilibrio y el statu quo, en un marco de resistencia provocada por el desconocimiento y el miedo. 

Según Creus, “para superar el miedo al cambio, lo principal es generar un entorno de seguridad y confort personal, en el que las personas se sientan recogidas y escuchadas y puedan expresar sus temores. El reto es cambiar la conversación entre la imposición y la resistencia, por la cocreación colectiva”. 

cocreación colectiva

Por lo tanto, las personas están llamadas a ser cada vez más protagonistas y a construir nuevos espacios sociales y económicos habilitados por las tecnologías digitales: “ciudadanos empoderados que son agentes económicos independientes o ciudadanos productores”, como los define Javier Creus.  

En la visión del experto, “los ciudadanos son ‘productores’ cuando emplean sus capacidades (no sólo su atención y dinero); cuando crean contenidos (Wikipedia o valoraciones) o datos (Salus.coop), cuando organizan la oferta (listas de reproducción), cuando prestan ellos el servicio (Blablacar) o generan el bien (energía), cuando financian la producción (crowdfunding), cuando participan de la propiedad (cooperativas)”. 

En este sentido, la economía colaborativa y, más aún, los procesos de descentralización basados, en particular, en la tecnología blockchain buscan devolver el bastón de mando a las personas. Ya en 2010 Rachel Botsman, indicaba una nueva forma de consumir que proponía la reutilización y el reparto de bienes infrautilizados. Un par de años después esta definición ya estaba desfasada, víctima de la creciente proliferación de servicios que ofrecían no sólo el intercambio de bienes, sino también de dinero, espacio y habilidades. 

No solo cambiaba la forma de consumir, sino también la de moverse, viajar, invertir, trabajar, disfrutar del tiempo libre, etc. La economía compartida indicaba un cambio más estructural, evocador de una nueva forma de combinar ganancias y atención social, que hoy se está convirtiendo en parte de un fenómeno aún más amplio que algunos llaman ‘crowd economy’, la economía de la multitud. Esta incluye, por ejemplo, plataformas de entrega bajo demanda, como Instacart, que permite pedir productos de los supermercados entregados por particulares, o Deliv para entregar/recibir paquetes. 

Este contexto también incluye plataformas de crowdsourcing tales como Houzz, un interesante servicio creado para recopilar arquitectos y diseñadores, que ya es una verdadera referencia para cualquiera del sector; 99designs, que conecta creativos y clientes potenciales, y servicios como TaskRabbit, que permiten encontrar personas dispuestas a hacer pequeñas tareas del hogar. Todas estas plataformas, así como muchas de las ya famosas y consolidadas de la economía colaborativa, triunfan porque responden al interés de las personas: ciudadanos comprometidos con el cambio causado por la disrupción digital

Ya no se trata de una alternativa, paralela y minoritaria, a la economía clásica basada en empresa productora y ciudadano consumidor. Como indica Creus, “la lógica colaborativa ya es un estándar, y se basa en integrar (en la economía clásica, ndr) los activos libres -plazas de automóvil, datos abiertos- o las capacidades ciudadanas disponibles -creación, producción, financiación- en el diseño de modelos de negocio disruptivos que las organizaciones ya consideran en todos los sectores, desde la logística a la movilidad, incluso por parte del sector público, como el autobús de barrio compartido bajo demanda”. 

“Por otro lado -añade- algunas de las empresas que fueron etiquetadas como ‘economía colaborativa’, tales como Wikipedia, AirBnb, Uber o Blablacar ya dominan sus sectores y fijan el estándar de prestación en sus industrias”. 

En este modelo, las organizaciones son cada vez más plataformas que permiten a los ciudadanos ponerse en contacto sin ofrecer productos o servicios. Por tanto, sus activos ya no son los bienes, sino las propias personas (y sus datos), que se convierten en la verdadera infraestructura de estos servicios. Si la economía colaborativa reinterpreta viejas prácticas como el alquiler, el préstamo o el trueque, estas plataformas reinventan los servicios tradicionales a través de la tecnología y la implicación directa de los ciudadanos, haciéndolos más rápidos, accesibles, fiables y originales. 

Por lo tanto, sí es posible gestionar la transformación digital en lugar de sufrirla, pero para ello es necesario dar espacio al empoderamiento de las personas, capacitando sus habilidades y competencias. Hay que permitir que más personas tengan la oportunidad de tomar decisiones, favoreciendo la adopción de un estilo de liderazgo expandido y compartido que deje espacio y autonomía. “Necesitamos personas que ayuden a las personas”, asevera Creus. 

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Expertos mencionados en esta entrada

Javier Creus
Javier Creus

Fundador en Ideas for Change

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