Ciencia
¿Innovar desde la ciencia? Así avanza la transferencia tecnológica universidad–empresa

Cómo la investigación académica se transforma en soluciones aplicadas gracias a la colaboración entre mundo académico, empresas y programas intermedios.
En un mundo donde la innovación es el verdadero motor del desarrollo económico y social, la colaboración entre universidades y empresas ha dejado de ser una opción para convertirse en un pilar estratégico. La transferencia tecnológica —ese proceso mediante el cual el conocimiento generado en el ámbito académico se transforma en soluciones con impacto real — vive un momento de impulso notable. Cada vez se reconoce con mayor claridad que el valor de la ciencia no termina en una publicación ni en un laboratorio: su verdadero potencial se despliega cuando se convierte en progreso tangible.
Los últimos datos disponibles del Instituto Nacional de Estadística (INE) lo confirman: en 2023 el gasto en I+D en España alcanzó los 22.379 millones de euros, equivalente al 1,49 % del PIB, con un incremento del 15,8 % respecto al año anterior. Aunque esta cifra aún está por debajo de la media europea, marca una tendencia sostenida al alza y refleja un compromiso cada vez más firme del país con la investigación, la innovación y su aplicación práctica. De hecho, según datos de la Intervención General del Estado (IGAE) en 2024, el sector público estatal español alcanzó un récord histórico de inversión en I+D+I+d, con 13.606 millones de euros, casi 2.500 millones más que en 2023.
Dentro de este ecosistema, las universidades son el principal agente de producción científica, responsables de más del 70 % de las publicaciones académicas. Pero el verdadero desafío no está en generar conocimiento, sino en saber cómo sacarlo del campus y hacerlo relevante para la sociedad y el tejido productivo. Con frecuencia, asistimos a una proliferación estéril de investigaciones cuyo único propósito parece ser el avance en la carrera académica. Traducir ese conocimiento en productos, servicios o tecnologías útiles requiere mecanismos eficaces de transferencia que sirvan de puente entre ciencia y mercado.
Un puente entre universidad y empresa
En los últimos años surgieron numerosas iniciativas e infraestructuras orientadas a facilitar esa conexión. Las Oficinas de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI), presentes en la mayoría de las universidades españolas, acompañan a los investigadores en todo el proceso: desde la protección de la propiedad intelectual hasta la búsqueda de oportunidades de colaboración empresarial. Junto a ellas, los parques científicos y tecnológicos, como en Valencia o Alicante, han cobrado protagonismo como espacios híbridos donde conviven equipos de investigación y empresas de base tecnológica, favoreciendo el intercambio de ideas y la cocreación de soluciones.
Pero más allá de las estructuras físicas y administrativas, el éxito de la transferencia tecnológica depende de las personas que la hacen posible. No basta con tener una buena idea ni con contar con una sólida formación. Es necesario desarrollar una visión empresarial que permita analizar el mercado, detectar oportunidades y entender cómo crear valor real. Ese es precisamente el objetivo del programa InspiraTech, impulsado por la Fundación Innovación Bankinter en alianza con la Fundación General CSIC. Su propósito es claro: inspirar, formar y conectar a una nueva generación de investigadores con el mundo de la innovación y la empresa. En otras palabras, ayudar a quienes generan conocimiento científico a imaginar cómo puede aplicarse en la realidad, y a colaborar con quienes tienen las herramientas para llevarlo al mercado.
En su primera edición, InspiraTech seleccionó a veinte jóvenes investigadores procedentes de disciplinas muy diversas. Todos ellos trabajaron en proyectos vinculados a sectores estratégicos como la agroalimentación, la sostenibilidad, la salud o tecnologías emergentes como la inteligencia artificial y la computación cuántica. Además de ampliar su formación técnica, los participantes desarrollaron competencias clave como la comunicación efectiva, la planificación de proyectos y el liderazgo en entornos científicos. Lo más valioso es que todo este aprendizaje no quedó en el plano teórico: se puso en práctica en colaboración con empresas reales, enfrentándose a desafíos concretos que facilitaron vínculos duraderos con el entorno empresarial.
Este tipo de iniciativas resultan especialmente relevantes en un país donde, a pesar de los avances, la transferencia tecnológica sigue enfrentando obstáculos estructurales. Entre ellos destaca la escasez de inversores especializados en fases avanzadas de desarrollo, lo que dificulta escalar muchas de las spin-offs nacidas en la universidad. A esto se suma una cultura académica que todavía no reconoce plenamente el valor de transferir conocimiento fuera del ámbito científico, y una burocracia que, en muchos casos, ralentiza o desalienta la colaboración con el sector privado.
Oportunidades y retos
Sin embargo, las oportunidades son significativas. El aumento de la inversión en I+D por parte de instituciones públicas y privadas abre nuevas posibilidades para consolidar este ecosistema. También contribuyen los programas públicos de apoyo, como el Plan de Transferencia y Colaboración del Ministerio de Ciencia e Innovación, dotado con 1.200 millones de euros, que busca precisamente acelerar la innovación y reforzar las alianzas público-privadas. En paralelo, la reforma de la Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación ha dado un paso importante al reconocer la transferencia de conocimiento como una función esencial del personal investigador, al mismo nivel que la docencia y la investigación básica.
España cuenta con ejemplos concretos que demuestran el potencial de esta estrategia: desde Beonchip, surgida en la Universidad de Zaragoza para el desarrollo de chips de medicina personalizada, a Alén Space, que diseña nanosatélites tras salir de la Universidad de Vigo. También en América Latina se observan avances similares: Q10 SAS, spin-off colombiana fundada por dos estudiantes, ofrece software de gestión educativa en 19 países; mientras que Laboratoria, en Perú, ha formado a más de 3.500 mujeres en competencias digitales y colabora con universidades para promover la inclusión en el sector tecnológico. Todos ellos ilustran cómo la investigación universitaria puede convertirse en innovación aplicada con impacto económico y social.
Lo cierto es que la transferencia tecnológica no ocurre por sí sola. Requiere visión, herramientas adecuadas, profesionales formados y, sobre todo, una cultura que crea en el poder transformador del conocimiento. Solo fortaleciendo el puente entre conocimiento académico y empresa será posible convertir más ideas en soluciones, más tesis en productos, más laboratorios en motores de cambio.